lunes, 27 de septiembre de 2010

Magica orquesta de colores.

Es la enormidad de los ayeres,
la que hace eco en cualquier triste amanecer,
Dejando de lado las cabezas de alfiler y los ojos vidriosos,
no se consuman los actos gracias a la retención de recuerdos oxidados.

Unas horas bastan para imaginar los cielos,
y sobre los cielos estamos sentados, en mágicos aros de fuego,
huyendo de las canciones, el rico desgaste y la rica variedad de veneno en la sangre.

Los colosales monumentos, enredados en los cabellos de mi espasmódica reina,
me han de guiar a los campos de frutas, dónde nacen los árboles más viejos y se consuman
los coitos en arranques salvajes, junto al vino se caen las imágenes, corrompidas al sentir
el movimiento telúrico de vientres con hambre.

En la soledad se charla de muertes tiranas, viajes largos y viajes que se quedaron en el tiempo,
personas que no reconocen sus ojos en un espejo y el oler el polvo los hace sentirse traviesos,
jugando con sus placeres, encontraron la muerte y a ella le pusieron un nombre agradable,
duermen pero estan despiertos, moviendo la marea de un lado al otro, el viento viene de vuelta, y una rafaga se escapa la inocencia, que perdimos hace años mi dulce princesa.

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